Tiempo extra (Cuento de Día de Muertos)

Salió de casa para buscar al último amigo que tuvo en vida.

Es o era, no podría decirlo con claridad en este momento.

Caminó por las calles de su ciudad nata: "Cuánto ha cambiado el mundo".

Diferencias, similitudes, los mismos muros que aguardaban una casa ahora albergan un mini centro comercial.

Venta de pollo fresco, de carne de puerco. Adiós amigo Alfredo, Tomás y su querida Josefina.

Los hijos no valoran lo cosechado del padre. Emigran a otras ciudades, creen que lo suyo son los trajes y corbatas.

Todos venimos del pueblo. New York, Hong Kong, Tokio, Distrito Federal.

Lo que a él le costó una vida al comprador le costo un millón, apenas en moneda nacional.

Y es que, por mucho lujo que haya brindado tal cantidad, no basta pues falta el amigo, falta el adiós.

El último que tuvo en vida.

Lo encuentra y lo besa, le abraza y le carga. Él dice adiós, el amigo llora.

Que saben los hijos y nietos del mundo real. Los edificios son barrotes de la prisión vanguardista.

Nada mejor que un campo en otoño, al calor de la leña. Con Sara, esa mujer hermosa de manos ásperas, de suaves caricias.

Regresa a su ceremonia y acomoda a su amigo bajo el brillante. Reluciente ataúd.

Aquél que se fué. A no sé donde. Siente que... entre tanto ladrido, el único llanto: despedida honesta, fue la de él.

El último amigo que tuvo en vida.




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Abraham Arreola

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