Una lechera caminaba por su sendero del bosque. Llevaba un gran cántaro de leche sobre la cabeza. La muchacha era joven y alegre, y llevaba una amplia falda que le permitía andar con comodidad. Además, se había puesto unas sandalias planas, con las que caminaba cómodamente por el sendero lleno de piedras. Y, dirigiéndose hacía donde pensaba vender la leche, la muchacha iba pensando así: < Aunque la astuta zorra consiga llevarme algunos, me quedaran muchos que podré cuidar con facilidad en casa, pues se comerán las sobras de las comidas. Ya me imagino cómo acudirán a mí cuando les llame. Cuando sean un poco mayores los llevaré al mercado y los cambiaré por un cerdo joven. Como estos aniumales no necesitan muchos cuidados, en muy poco tiempo lograré que engorde, y ya se sabe que se paga mucho por un cerdo gordo y bien cebado. Lo llevare al mercado, y con el dinero que me den por él, podré comprar una vaca y un ternero. Los pondré en el establo y les cuidaré muy bien. La c
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