Tarjeta de hospital a mano.



Miro mi árbol idelogíco.

Mis hojas que caen en libretas sueltas, rayas por palitos con tinta.

Toda mi sabiduría me la gane por la fuerza de vivir. Por las ganas de ser feliz.

¿Qué te pasó?

Ya no veo el brillo de tus ojos juveniles. Cuando ibas a la universidad, querías cambiar al mundo...

Y nadie creyó en tí.

Pero no te aflijas, pues si es de creer, soy un ferviente devoto de la voluntad.

Yo creo en tí, creo que puedes cambiar al mundo.

Sin importar que tu no creas que yo revolucionaré el universo.

Sin importar que te burles de mí, que te rías de mis sueños, de mis gustos.

Creo en tí.

No olvido tus ofensas, que tanto enunciabas cuando yo era un niño.

Pues recuerdo cuando te burlabas de mís sueños infantiles.

Y recuerdo que me herían como nada, pues nadie creía en mí.

Solo yo.

Yo. Creo en tí.

Aunque tu no creas en mi.

Recobraré el brillo de tus ojos oscuros.

Seré tu mentor, seré quien te regañe por tu mediocridad, misma que te fue regalada por los que te rodean.

Te daré a probar el sabor de la libertad, yugo suave de la responsabilidad.

Te haré creer en tí, aunque creas que lo hiciste sin mí.

Ya no necesito de tí, pero tú si de mí.

Nunca te admiré, siempre te quise.

No quiero al hombre que esta de pie frente a esa puerta oscura.

Quiero al niño, al hijo del cuervo.

Quiero la versión original del cuento, aquella que esta escrita en un cuaderno.




FIN

Abraham Arreola

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