Ejercicio - 47

DSC03032 by J. Abraham Arreola H.
DSC03032, a photo by J. Abraham Arreola H. on Flickr.
Para la vida que es vida.

Faltan ahora quince minutos para las tres de la mañana.

¿Dónde estás ahora tú?

Recuerdas, lo sé, aquella infancia plena.

Cuando enrollabas los famosos pliegos de cartulina y cantabas a todo pulmón los exitos prohibidos: El Tri, Molotov, Control Machete.

Esas cartulinas fueron la mejor espada, se enrollaban, se estiraban e incluso con los más pequeños funcionaban como cachiporra.

Vaya porra que me apoyaba en la banca.

Jamás aprecié tanto un balón como aquel viejo balón gris.

Aquel balón lo vimos en las canchas de la colonía. Era una época en las que aún no se hundían las canchas.

Regresamos de patear un balón de básquet. Cansados por la rudeza del juego mirábamos el suelo en la eterna búsqueda fantástica... algún día alguién se encontró dinero en el suelo, nosotros podríamos repetir esa hazaña.

Y lo ví. Pero te vi primero.

Tu expresión inocente ante mis movimientos inconcientes.

Me dirigí al baldío solo, sabiendo que tú me seguirías.

La redonda esfera plateada y sucia estaba algo desinflada, pero aún creía en la magia. Recogí el balón lo ceñí a mi cintura con mi brazo.

Crecí en ese instante, mil metros.

Yo. Bueno, también tú. Pero, el que lo traía era yo.

Yo, tenía en mis manos un balón legendario.

Gris.

Sin marcas.

De dura cámara.

Y de suave corteza.

Como un durazno pambolero.

Corrimos a tu casa y sacaste la bomba.

¡Éramos gigantes!

Todo mundo miraba nuestro hermoso balón viejo. Tan viejo y resistente. Cuyo rebote era sublime, y las patadas eran disparos que no lastimaban nuestros dedos. Los cañonazos dolían en nuestras manos, pero valía la pena recibir un saludo con ese balón.

Siempre que salíamos a jugar, ellos y tú me recordaban que trajera el balón plateado.

A donde quiera que íbamos. Yo llevaba en mis manos el balón plateado. Toda la Loma Bonita sabía que existíamos y que teníamos el legendario balón plateado. Nadíe sabía porque era legendario. Pero lo era.

Y era envidiado.

Querían la reta, siempre con nuestro balón. Esperaban poncharlo a la primera. pero ya tenía Coca Cola dentro de su ser balonil. Por eso, era aún más resistente. Era impenetrable.



Imponchable.

Siempre querían robárnoslo.

E incluso. Nuestra leyenda fue tal. Que un trailer pasó encima del balón y este salió ileso.

Algunos dicen que el neumático lo rebotó a la otra acera, otros que era por su magía.

Pero el balón salió ileso.

Era un trofeo.

Era.

Duró con nosotros más de un año. Adornando mi mitad casa mitad baldío. Entre los trozos de madera y los fierros viejos. Entre la tierra y las plantas verdes.

Entre tanta vegetación natural y divina estaba la prueba. La prueba positiva.

Mi balón plateado de piel de durazno.

La última patada se la dí hace diez años, o más... o menos.

Pero no murió.

Se desvaneció entre las hojas de pirul y flores de plátano. Entre que me gustaba salir de noche y entre que entraba a tercer grado de secundaria sin novia.

Entre mi juventud y mi pubertad.

Mi infancia fue extendida por el fetiche de la felicidad más pleno que puede existir.

Mi legendario balón de terciopelo gris.



FIN

Abraham Arreola

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