Ejercicio - 42

-No. Ya te lo conté tres veces.

-Una más y ya. Andale.

-Amor, no quiero... quiero dormir, mañana es viernes de revisión y debo entregar la presentación en un estado que no se parezca en lo más mínimo al estado etílico.

-Anda, una. Una vez más y ya.

-Vale, vale.

...

Yo venía del trabajo, sabes, bueno... claro que lo sabes; bien.

Yo venía del trabajo cansado, el jefe me había dicho lo importante que había sido entregar el proyecto a tiempo; asi que, aunque venía cansado, venía satisfecho, pues habíamos logrado una gran jornada.

En eso. Noto que la puerta estaba rota... algo que normalmente no hubiera prestado atención si no fuera porque todo estaba en silencio.

Y ya. Entre... deje las llaves en el televisor, dejé el saco en el sofa y me fuí al cuarto.

Pero, hubo algo que no salió del todo bien: la cama estaba tendida. Tú, cada vez que llegas... bueno... siempre te acuestas un rato y destiendes las cama.

Baje a la cocina y vi al acercarme al refrigerador una notita que decía.

"Tenemos a tu esposa.
Queremos 30 millones de dólares.
Hoy a media noche un adelanto de 15 mil.
Si la quieres, desmuéstralo.
Puente 3 de la Avenida Riptone"

¿Sabes lo que sentí?

***

¿Saben lo que sintió?

Una gran desesperación y miedo.

Pero.

Con calma, se sentó en la mesita y releyó el mensaje.

"..."

Se puso más cómodo en la mesita y nuevamente leyó el mensaje.

"..."

Se levantó, miró la hora de su viejo pero elegante reloj de bolsillo, hizo cuentas: siete horas para la entrega.

Fue por sus anteojos y regreso a la mesa a mirar la nota.

"..."

Se estiró un poco, su cuerpo abarcó toda la mesa por encima con su brazos por debajo con sus piernas. Doblando su cabeza de derecha a izquierda en circulos miraba la ventana. Luego volvió al papelito.

"Este no es un secuestro experto."

Frunció el ceño, miro por minutos la ventana, se levanto hacia ella, la abrió, regreso a su silla y se volvió al papel.

"Este no es un secuestro experto.
Posiblemente sea una broma.
Posiblemente sea una trampa.
Posiblemente...
Ya este muerta."

Paso a paso, se puso en pie y se dirigió al lavamanos que esta frente la ventana. Bajando el cristal y salpicándolo con gotitas leyó que en la ventana decia "no hay huellas dactilares." Extendió su aliento para ver otra respuesta, pero esta siguió igual.

Subió el cristal, y mientras se lavaba las manos con gran cuidado, observaba que la ventana no tenía nada de desperfecto: todo estaba igual que en la mañana: con el mismo grano de apliste colocado a la mitad de la pared, semillas que en la mañana le había servido a un pajarillo que siempre acude cada mañana.

Terminó de lavarse sus manos. Estaban arrugadas, espero a que secaran y volvieran a ser dedos rechonchos.

Tomó la nota y paso su mano por la nota. Al sentir las letras nuevas, su alivio fue tan evidente que era casi imposible no ver, con un equipo adecuado, que sus neuronas conducían el doble de electricidad.

"Este no es un secuestro experto.
No es una broma.
No es una trampa.
Estamos desesperados.
Su esposa vive."

Pero no sólo eso. La dirección escondía algo más. Las formas, las letras, las presiones. El indice derecho leía sin piedad.

"Este no es un secuestro experto.
No es una broma.
No es una trampa.
Estamos desesperados.
Su esposa vive.
Dirección conocida...
pero de desconfianza."

Para alguien de tradiciones y costumbres socialmente correctas, era normal temer a tal puente y a tal avenida.

Pero... ¿Para un secuestrador? Ni siquiera un inexperto temería.

Incluso el más novato se sentiría identificado con un ambiente en donde la regla es una escuadra de ocho disparos.

A no ser que se trate de un foráneo o no fuera de esa clase de criminales, es decir: no fuera un sujeto de hábitos criminales.

Pero. Dió la vuelta al papelito y tocó con más delicadeza aún. Las letras más marcadas decían.

"Te odio."

Reviso en su mente la pila de compañeros y conocidos del trabajo. Cientos de hombres pasaron por su cerebro, como computadora del FBI, fue descartando uno tras otro, pero se detuvo, el resultado era enorme y por la situación era complicado recordar todos.

Miro el refrigerador y miro la altura por la cinta que detenía al papel.

"1.75m"

El refrigerador no miente. El esposo elimino a todos los altos y los bajitos. El que escribió el mensaje medía cinco centímetros menos que él.

"Cinco candidatos encontrados."

Salió de su casa a paso lento. Le quedaban ya dos horas.

Vió que la puerta de su vecino, el del lado derecho estaba abierta, la cerró y acomodó la maceta que tiene en la entrada.

Camino hasta llegar a la tienda de la esquina. Ahí, en la entrada, rompió un billete.

Quedaba una hora y el reloj se detuvo.

El de la tienda miraba sospechoso el billete roto. "Ayúdeme a pegarlo, ya ve que si valen, siempre y cuando este completo, y mire, nada más está un poquito roto."

Un cliente al ver el gesto del comerciante, asustado salió sin llevarse nada. El vendedor, el don sacó una cinta adhesiva de un cajón que tenía bajo sus pies, era una cinta algo usada y delicadamente la tomó y extendió sobre sus dedos. "Si gusta, mientras compre lo que necesite." Dijo nervioso el vendedor, al no mirar y buscar entre los productos una figura humana.

El comerciante, el vendedor... se acercó a lo más oscuro de la tienda y al voltear la silueta aquel último cliente avanzar a toda velocidad en dirección a la izquierda de aquella tienda. El vendedor, entró a su patió, la puerta abierta... y las huellas de su camioneta del año 1970. Que diez minutos atrás había lavado.

Asustado escuchó un choque.

***

Aceleré y que me le dejo ir con toda y la camioneta de Don Justino.

Que le rompo su casa, su sala, su comedor, su mesa.

Que me bajo y que lo veo... ahi estaba el muy desgraciado bajo la llanta pidiéndome ayuda.

Le dí un madrazo... perdón. Le dí un golpe. Lo dejé ahi acostado.

Los inexpertos tienen la buena costumbre, para un rescatista, de seguir el estereotipo.

-El sótano.

Exacto. El sótano.

Al bajar las escaleras veo que aquel auto que estaba arreglando, el Mustang dorado, estaba chocado, la defensa la traía arrastando, las llantas ponchadas, los cristales rotos y con manchas de sangre en el parabrisas.

Bajo, mientras marco con mi celular al 066.

Abro la única caja enorme con cuidado y... bueno, lo demás...

Amor...

¿Amor?

Lo demás ya lo sabes tú.

-...

Descansa.

-¿Me amas?

Como no tienes idea.

-Cuentámelo otra vez...


FIN

Abraham Arreola

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