Ejercicio - 36

Al rancho. by J. Abraham Arreola H.
Al rancho., a photo by J. Abraham Arreola H. on Flickr.
Vámonos.

Parado en la avenida que lleva al viejo pueblo. Don Juan revisa su morral para ver si en su camino no le hará falta nada.

Se dispone al viaje, encantando por las nubes, los cerros y el asfalto solitario.

Su transcurso inicia al ritmo de una hormiga: veloz, pero lento.

El cerro, justo detrás de esa vuelta de carretera que oculta el árbol comienza su estiramiento natural.

Las pupilas del viejo se dilatan, a pesar de ser de día, por fin llegará al pueblo donde creció su amada, Rosita.

Y entonces. Don Juan pisa la última flor silvestre.

Y entonces. Don Juan es iluminado por la triada urbana de luces: verde, amarillo, rojo.

Bienvenido a la metrópoli.

La carretera principal de sus tiempos, esos tiempos de antes, se había convertido en una desviación a la ciudad capital.

Para una gran avenida no existen siquiera pequeñas aceras. Don Juan espero a que no hubieran carros para atravezar desde el cerro hasta el otro lado, donde se veía a lo lejos el andar de más hombres.

Extiende el papelito que en su bolsa traía. Ya entiende la razón de tanto nombre.

Direcciones.

Direcciones en todas partes.

Frente a una residencia, Don Juan con botas picudas y sombrero de paja, esconde la papeleta en su pantalón de mezclilla.

-¿Aquí vive Rosita? Vengo a verla.

Dice Don Juan a la pared que le pregunta el porqué de su visita.

Una Expedition King Ranch se presenta ante el telón de hierro que sube. La persiana no asombra a Don Juan, pero sí el vehículo.

De los cristales electricos de tal camioneta... Rosita se asoma.

Luce gafas de sol, peinado abombado, saco, camisa, lo demás aún lo tapa la puerta.

Camioneta y hombre. Estacionados ahí en medio de una zona residencial.

Sonríe Rosita y baja de la camioneta.

Don Juan le ve usar aquel vestido que hace ya diez años le regaló, justo antes de partir a trabajar.

Vestido de seda y colores alegres, cuya combinación con las demás prendas exaltaban la belleza, la elegancia y la humildad de Rosita.

Cuando Rosita y Don Juan se besaron...

Los edificios se derrumbaron. Los cimientos fueron devorados por patas de gallo y girasoles. Los casillos se derritieron por el sol hasta tomar forma de empedrado y la gran avenida transformó todos aquellos vehículos en vacas y bueyes que se dirigen a arar la tierra.

No había un cambio significativo en los roles entre un escenario y otro.

Sólo que uno es más natural.

Rosita y Don Juan.

FIN

Abraham Arreola

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