Ejercicio - 15 Cuento espacial: La ciudad

Sinécdoque. by J. Abraham Arreola H.
Sinécdoque., a photo by J. Abraham Arreola H. on Flickr.

El poblado de Gatarxi había sido el lugar de muchas batallas importantes, decisivas y crueles.

Su poblado, antes de la guerra había sido de más de cien tretraiones… ahora: mil novecientos ochenta y nueve.

El rio sulfúrico ya no es aquel símbolo de fuerza y vitalidad que solía reflejar en los gatarxianos.

Millones de años en guerra. Aquella población ya no era casera, hogareña ni de tratos razonables: era ladrona, era ladina, era triste y agresiva.

Cualquiera que entrara era retado por el tonto del pueblo, un vagabundo querido por ser el señuelo de los buscapleitos buenos para nada, por ser el primer enemigo de los turistas y aventureros principiantes y por ser la alerta perfecta para cuando llegara alguien de verdad importante.

Como todo poblado, sólo tenía un bar, una iglesia, un panteón. Este último era pequeño y año con año, la gente se divertía enviando ancestrales cadáveres en un cañón espacial directo a un hoyo negro. Por eso nunca se llenaba.

Aquel poblado era tranquilo hasta que nació el mil novecientos noventa. Una criatura de tierna mirada trifocal; sus manos aterciopeladas por su estado de ánimo mostraban, al entrar en un berrinche, lo que sus futuros músculos podrían cargar: toneladas de maquinaria sin problemas. Su padre estaba orgulloso.

Era el más pequeño del poblado. Antes de él estaba uno de noventa años, ya había pasado la pubertad, ahora se encontraba en la nueva edad de la punzada joven.

Los más fuertes, de novecientos y mil años dominaban el poblado sin problemas, tanto así que aunque el rumor sobre un nuevo elemento en el pueblo se estaba haciendo cada vez más grande, y que llegó incluso a sus oídos en una de sus clásicas borracheras por parte del tonto del pueblo, no hicieron caso e ignoraron la noticia. Para los fuertes, era sólo una leyenda de que los gatarxianos se reprodujeran rápidamente: llegando a tener más de mil hijos en una unión… una unión. Las uniones estaban prohibidas por el miedo a crear una banda interna que destruyera el dominio de los fuertes: pues al tener un cría gatarxiano, es posible educarlo y formarlo a voluntad, pudiendo convertirlo en una máquina para exterminar sin conciencia que le culpe o le limite: haciéndolo intratable a los negocios, a los sobornos, a mil súplicas de perdón.

Los padres del cría gatarxiano estaban preocupados, pues con un miembro familiar más, los alimentos serían menos para cada uno, además que no le permitirían al padre pelear contra los fuertes; esto, ya que en la pelea se aprende mucho del contrincante y, con un nuevo hijo, él padre, gane o pierda tomaría al niño para enseñarle las claves de sus adversarios y por su tamaño pudiendo acceder a miles de lugares.

Los habitantes, a pesar de su salvajismo, venían de un legado increíblemente noble. 

Por lo mismo eran muy inteligentes. 

Sabían que para dominar, debían ser lo suficientemente malos como para ser los más fuertes pero lo suficientemente buenos como para levantar la valentía de algún habitante que pudiese terminar en una revolución.

-¿Cómo le llamaremos? Preguntaba Thiani a su marido. Paxón, en cambio sólo miraba por una rendija de la ventana, observando que por cada diez gatarxianos que pasaban, ocho señalaba su casa.

-Como quisiera vivir en los tiempos de mis bisabuelos: aunque había guerra, se podía tener una cría. Suspiró Paxón, dejando caer la cortina de la venta y dirigiéndose a su bella mujer.

-¿Paxón, te sientes bien? Le respondió su esposa. Los pequeños hilos de luz que alcanzaban a colarse, torneaban las curvas siluetas de su suave cuerpo.

-Tixín… ¿Qué te parece Tixin? Instigo el esposo.

-Es muy lindo, pero… Pensativa pauso ella.

-Pero… Reto él con la mirada en alto y la cabeza hacia abajo.

-¿Cómo le llamarán cuando tenga mayoría de edad y sea un valiente? Dijo tajante con la voz y fantaseando con la mirada.

-Insinúas que… Sospecho él.

-Tixin Maxitrón. Sentenció ella.

-Tixin Maxitrón, serás. Y acercándose a la cría, pronunció las frases tradicionales: Bienvenido a este mundo, este planeta es tuyo: y todo lo que rodea este entorno esta para que le sirvas con dedicación y amor propio. Construye tu amor propio y construye tu camino al cielo.

Y Tixin Maxitrón se quedó tranquilo soñando en mil caleidoscopios revueltos.

Continuará...

Abraham Arreola

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